ARTE DE PENSAR

martes, 24 de enero de 2017

EL SUEÑO DEL MISÓGINO


















Diego entró lentamente al estudio de su vivienda y con el índice de su mano derecha fue señalando el lomo de varios libros de su nutrida biblioteca, como buscando uno en especial. Sonrió al encontrarlo, y calándose los lentes con un movimiento que ya era habitual en él, fue a arrellanarse en un sillón cerca de la ventana que miraba hacia el patio interior y la caballeriza.

Echó una mirada displicente al viejo carretón que solía utilizar dos veces a la semana, para visitar a su único amigo, el cura Roberto, con quien sostenía largas y animadas charlas. El cura le mantenía al tanto de las novedades ocurridas en la pequeña ciudad provinciana, distante unos cinco kilómetros de su casa.

Esa tarde Diego parecía relajado y satisfecho como pocas veces. La lectura lo absorbió por un espacio de tiempo más o menos largo, hasta que finalmente se quedó dormido.

Afuera chillaban los grillos del verano con un ruido seco y prolongado, pero él no los escuchaba, su sueño era profundo y pesado. Comenzó a roncar. El libro que sostenía precariamente sobre su pecho cayó al piso con un ruido sordo y seco.

Debió transcurrir un regular espacio de tiempo.

De improviso un ruido estridente le hizo ponerse en pie de un salto. Aterrorizado, vio que se encontraba en medio de una pista bailable en lo que parecía ser una discoteca. Un grupo musical ejecutaba en ese momento un rock metálico que le hizo llevarse las manos a los oídos. Tropezando con los bailadores, estupefacto y trastabillante, intentó alcanzar la puerta de salida.

En la calle llena de ruidosos automóviles pudo observar las altas estructuras de los edificios en los que inmensos anuncios de neón titilaban como fantásticas luciérnagas. Era un verdadero pandemónium.

Con ojos desorbitados Diego se llevó las manos al pecho, sus piernas temblorosas casi se doblaban. En ese momento llegó junto a él una hermosa mujer vestida en forma extremadamente provocativa.

-¿Quieres divertirte, papi? –le dijo con estudiado acento- Te voy a complacer en lo que quieras...

Pese a que numerosas personas transitaban por las amplias aceras, todas lucían indiferentes, como encerradas en sus propios mundos.

Las luces de un inmenso anuncio fueron lo último que Diego percibió, antes de derrumbarse fulminado por el infarto.


Libro: Relatos de mi blog. José Winston Pacheco
Imagen/ http://imagenes.costasur.com

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