La tristeza se plasmó en el rostro de la mujer como una
máscara terrosa.
-¿Qué vamos a hacer?- gimió con voz quebrada- Todo se acabó.
No tenemos nada, y los niños desfallecen de hambre.
-Si- repuso el hombre con amargura- Después de cuarenta años
de trabajo honrado vengo a terminar así, sin un céntimo en la bolsa. La vida es
una mierda….
-Pero… ¿Qué vamos a hacer?- repitió la mujer- Algo tenemos
que hacer…
- Si pudiera asaltaría un banco- gruñó el hombre con la
mirada torva- Pero no sirvo para eso. Bien dicen que el hombre bueno y pobre
por persignarse se araña. En fin, tú quédate aquí con los niños, yo saldré a
ver que encuentro…
Cuando salió a la calle no tuvo la más mínima idea de hacia
dónde dirigirse, caminó sin rumbo. El aire frío del amanecer le golpeó como un
fuetazo inmisericorde. No había actividad en las calles a esa hora, y mientras
avanzaba, los pensamientos se agolparon en su mente uno sobre otro lacerándolo.
Sintió una sensación de ahogo en la garganta y un fuego denso en los
intestinos. Pensó en la pobreza, en las injusticias, en el Dios del que tanto
le habían hablado desde niño. Una idea irreverente se agolpó en sus sienes “¿Y
si Dios fuese un invento de seres inútiles, inconformes o dejados de la mano de
la fortuna? ¿O si fuese una invención de poderosos, pagados de sí mismos, para
justificar sus desafueros y silenciar sus conciencias? “ Qué más daba. De todas
formas estaba convencido de que si Dios existía jamás llegaría a entenderlo.
Así que si alguna ayuda podía darle tampoco la comprendería,
o quizás le atribuiría a la divinidad cualquier hecho fortuito que le sacara de
sus apuros actuales.
Recordó fugazmente las palabras que un viejo amigo le dijera
en una ocasión: “El bien y el mal no existen más que en la mente humana, son
ideas que sirven para calificar los hechos y las cosas según la conveniencia de
cada quien”
-Qué más mal que el hambre, y no es sólo una idea- rezongó
amargamente- Mi amigo debió estar loco, me gustaría verlo en mis zapatos… ¡Ja!
Siguió caminando por la calle solitaria sumido cada vez más
en una confusión de pensamientos encontrados, cuando de pronto sintió un
empujón que lo hizo trastabillar. Un hombre pasó a todo carrera casi
llevándoselo de encuentro.
-¡Oiga, imbécil, fíjese por dónde camina!- vociferó, pero el
hombre siguió adelante sin prestarle atención.
Llegó a un cruce de calles más solitario si cabe. Intentó
continuar, pero se detuvo de pronto ante el peligro de ser embestido por un vehículo
que apareció de improviso desplazándose a toda velocidad por la avenida. Un
cuerpo se desprendió del vehículo y sus ocupantes intentaron frenar unos metros
adelante pero no lo hicieron al verse perseguidos por una patrulla policial.
Minutos después comenzaron a sonar los disparos.
Tiempo después todo
volvió a quedar en calma.
No había un alma en toda la avenida. El hombre,
preocupado en extremo, continuó su camino. “Salgo a buscar alimento para mi
familia y por poco recibo un tiro sin gracia. Puta suerte” -gruñó.
Un poco más adelante tropezó con la maleta que probablemente fue lo que cayò del vehìculo. Estaba repleta de
billetes de alta denominación.
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