ARTE DE PENSAR

jueves, 5 de enero de 2017

LA CITA

Foto: Imágenes de Google




Fuente: Libro Relatos de mi blog,II Parte de J.Winston Pacheco



La tarde mostraba su plácida sonrisa sobre la ciudad y Roberto, joven deportista alto y musculoso, rostro de rasgos firmes y mirada atrevida, imprimió mayor velocidad al vehículo, evadiendo con zigzagueos audaces el profuso tráfico de la vía periférica. Anhelaba llegar pronto a la cita con aquella chica de aire voluptuoso que había conocido en el supermercado. Ligaron pronto,no hubo entre ellos más que el cruce fugaz de miradas y unas pocas palabras cargadas de contenidas ansias. Eso bastó para arrojarse el uno en brazos del otro.

Habían quedado de encontrarse aquella tarde al salir ella del trabajo en el centro comercial, y los minutos volaban como dardos impulsados por una mano insolente. “Nunca entendí mejor la teoría de la relatividad, parece que el tiempo volara cuando estoy con ella”, gruñó Roberto entre dientes, dando mayor impulso al vehículo que crujió en una plétora de ruidosas explosiones.

Al pasar por una plazoleta percibió de reojo a unos jóvenes vestidos en forma estrafalaria que hacían toda suerte de malabares, ganando aplausos y algunas monedas de los mirones.

Más allá, unos músicos de similar talante, hacían lo propio en un verdadero galimatías de voces y acordes estrambóticos.

Fue entonces que todo comenzó a agitarse con violencia obligándole a frenar bruscamente, saliendo impulsado sobre el vehículo yendo a caer de bruces, para suerte suya, sobre el césped de la plazoleta.

Desde el suelo contempló el feroz vaivén de vehículos y edificios, escuchando apenas el torrente de gritos de terror y descontroladas sirenas. Una densa oscuridad fue invadiendo paulatinamente la avenida. Parecía una visión de pesadilla.

No supo en qué momento todo volvió a la normalidad. El violento movimiento cesó de pronto y retornó la claridad. Sin poder articular palabra, vio que se encontraba en medio de un inmenso bosque poblado de abetos, altramuces y cardo-santos silvestres.

Los rayos de un sol crepuscular se abrían paso, como espadas iridiscentes, atravesando el follaje. 





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