José Winston Pacheco / Ciudad de Letras
En las democracias más desarrolladas, la convocatoria a comicios para elegir autoridades supremas, legislativas o municipales, debe ser -suponemos- ocasión de regocijo para todo el pueblo. Justamente, el acto de votar constituye uno de los pilares angulares en que debe sostenerse ese sistema político. Pero nos referimos a elecciones verdaderamente libres, justas y equitativas, donde lo que sobresale es la igualdad de condiciones en que se presentan los aspirantes a asumir el poder en una nación, para, una vez electos, poner en práctica las agendas programáticas que deben ir orientadas y cumplir el desarrollo integral del pueblo.
En América Latina en general con pocas excepciones, y en Honduras en particular, esos procesos han estado muy lejos de reflejar lo apuntado en el párrafo anterior. Independientemente de las ideologías que inspiren y mueven a las facciones en pugna, se ha cumplido en la práctica con lo que afirmó el político inglés Winston Churchill en una de sus célebres sentencias: "La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás"
En efecto, así ha sido y sigue siendo en la práctica para los pueblos hispanohablantes la forma de implementar ese sistema tan alabado por minorías corruptas, envilecidas por sus iniciativas en contra de sus propios pueblos, pues el bienestar general al que estos han aspirado al momento de votar, es supeditado siempre a intereses que están muy lejos de ser los de la ciudadanía en general. Son los intereses de camarillas, de logias que aspiran a controlar todos los estamentos de poder para garantizar sus intereses, no los del pueblo.
Pero ¿cómo ha sido posible esta distorsión de conceptos y realidades? se preguntarán algunos. La respuesta está en el conjunto de procedimientos diseñados y elaborados para presentarnos el producto final de esos impropiamente llamados "procesos democráticos" Comenzando por las leyes al efecto, que en apariencia hablan de "voto igualitario y secreto", "derechos de participación popular", "organismos autónomos e independientes" encargados de vigilar los procesos eleccionarios y otras lindezas por el estilo, que no son sino enmascaramientos de los verdaderos lineamientos que se persiguen y que se caracterizan por la imposición y la perversidad, en tanto que están dirigidos a lograr finalidades excluyentes con la obtención del poder. El pueblo sabe eso, pero resulta que los que dentro de sus clases postergadas "tienen aspiraciones de participar" no se detienen ante consideraciones éticas o morales y, de hecho, aceptan las reglas del proceso aunque se opongan a ellas verbalmente, y terminan sobreponiendo sus particulares ambiciones al interés general, negando -igual que sus opresores- que lo hacen así.
El pueblo no elige, únicamente vota por los que eligen minorías políticas o económicas agazapadas en los altos estratos del poder,sus cofrades de los grupos afines , y consecuentemente en los altos niveles de los partidos políticos. Desde esos altos niveles del poder se designan las autoridades encargadas de dirigir los procesos y se procura cooptar por todos los medios disponibles las instituciones jurídicas ante las cuales pudieran recurrir los adversarios en el caso de haber impugnaciones. En pocas palabras, si el poder es visto como un botín al que se accede por medios aparentemente legales, los que usufructúan ese botín se consideran - como los piratas y corsarios de la antiguedad- dueños y señores de los cargos y bienes conquistados y con atribuciones para disponer de ellos a su antojo. Si hubieren leyes o instituciones que se lo prohiban, esas leyes e instituciones son cambiadas o violentadas sin miramiento ético o legal. El poder lo puede todo, por lo menos en estos pueblos sumidos en el analfabetismo y la pobreza más vergonzantes.
Lo que importa es el aseguramiento del poder, y ante ese altar se rinden oblaciones y sacrificios. Y así, como en una gran representación tragicómica de consecuencias imprevisibles pero siempre dramáticas, se cumple la aguda percepción de Octavio Paz cuando dijo: "Una nación sin elecciones libres es una nación sin voz, sin ojos y sin brazos"
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