(Cuadro de Catherine Cisinski)
Se acostumbró a mirarla a través de la rendija que el tiempo abrió ladinamente en la ventana de su estudio, aquella ventana que daba precisamente hacia la casa de ella, ubicada al otro lado de la calle. Desde ahí la descubrió por primera vez, intuyendo desde entonces que iba a amarla con un delirio que él mismo consideró enfermizo, mezcla dolorosa de pasión y temor.
-Si lograra liberarme de mi maldito miedo- Masculló
visiblemente afectado, reclinando la frente en el marco de la ventana.
Él creía conocerse a sí mismo, y si no fuese así, conocía
muy bien aquella sensación casi física de ahogo y opresión que ahora lo
atenazaba. Era una sensación asfixiante que había experimentado varias veces en
su vida, por lo que sabía de qué era síntoma y cuales serían las consecuencias
finales.
Un día intentó acercarse a ella y hablarle, pero sólo
consiguió balbucear un torrente incoherente de palabras, sonrojarse y salir
huyendo apenado. Ella sonrió enigmática, con aquella sonrisa que lo inquietaba
en extremo porque acrecentaba su incertidumbre. Ignoraba si era de aceptación o
desdén. La sonrisa leve de una Mona Lisa pasional, breve y etérea, que aumentó
su desvarío en los días y noches sucesivos.
Le atormentaba, además, el íntimo convencimiento de haberse
convertido en un vulgar fisgón, espiándola tarde con tarde cuando la chica
retornaba de sus clases en la universidad. Entonces corría a mirarla por
aquella rendija, con el alma en vilo, tratando de descubrir algún gesto
favorable a sus sentimientos, pero no lo lograba. Ella miraba hacia todos
lados, menos hacia su casa y mucho menos hacia su ventana, la que parecía no
importarle. Hablaba, reía y salía luego fresca y despreocupada, al jardín
frontal de su vivienda. Entonces él, tenso hasta la médula, abría de golpe la ventana
y su mirada tiesa recorría fijamente aquel cuerpo pleno de enloquecedora
voluptuosidad. Ella apenas lo saludaba con un movimiento breve de su mano, como
el aletear de una alondra sobresaltada y evasiva. Así pensaba El, y luego, con
amargo gesto, tornaba a sumirse en sus papeles tratando de encontrar un refugio
para su corazón atormentado.
Una mañana soleada decidió salir a correr por la campiña,
con la intención de liberar la tensión ocasionada por aquella obsesión amorosa.
Se metió en el bosque inhalando con amplitud un hálito de aire fresco. Se
sintió reconfortado, pensando en que talvez la situación no era tan oscura como
imaginaba. Se sentó sobre una roca y su mirada taciturna se perdió entre los
arbustos que poblaban la campiña y más allá hasta llegar a las colinas
distantes. Experimento una agradable sensación de serenidad y sonrió como hacía
mucho tiempo que no lo hacía.
Entonces, surgiendo súbitamente de entre la vegetación,
apareció ella.
- ¿Tú aquí? ¡Vaya! Me alegro de encontrarte, no sabía que te
gustaba salir al bosque – dijo alegremente
El guardó silencio, sin saber que decir, evidentemente
conmocionado.
- Yo…yo- balbució al fin.
- ¿Puedo sentarme a tu lado? ¿O prefieres que me vaya?
- Eeeh…si, claro, ¡Noo!…¡Quédate, quedate conmigo! exclamó
él.
-Yo te gusto ¿No es cierto? Lo noté en tu mirada desde el
primer momento. Si me dijeras que no es cierto, no te lo creería- afirmó ella
sonriente.
El la miró anonadado y ella tomó las manos de él entre las
suyas
-Bueno…yo, sí…¡Si! me gustas, me gustas mucho, me has
gustado desde el primer momento, como has dicho, pero…-Repuso él
atropelladamente.
- ¿Pero qué? ¿No sabías como decírmelo? ¿O es que tienes
compromiso con otra chica?- inquirió ella también atropelladamente.
Él no respondió, pero una sonrisa, que a ella le lució
triste, iluminó su rostro.
-No es necesario que respondas, lo comprendo-dijo ella con
suavidad- Te haré una confesión, yo también te amo, te amé desde que intentaste
hablarme aquella vez y saliste corriendo. Desde entonces he vivido pendiente de
ti, espiando todos tus movimientos ¿lo sabías? No es una casualidad que esté
aquí, te miré salir de tu casa y te seguí…
Sus miradas se cruzaron, Se acercaron sus bocas. Una parvada
de bulliciosos pájaros cruzó velozmente entre la arboleda.
Y ahí, en medio de la campiña, sin recelos ni temores, comenzaron precipitadamente a desnudarse.
Relatos de mi blog II Parte. J. Winston Pacheco
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