El escolar llegó a toda prisa, apenas a tiempo de abordar el ferrocarril que- justo en ese momento- iniciaba la marcha. Era un viejo tren de diez vagones destinados al transporte de carga y un único vagón para pasajeros.
La pesada máquina de vapor emitió un largo aullido, algo así como un UI-UIIIIU-UIIU-UIIIU, expeliendo una densa columna de humo negro que se diluyó en el aire a medida que el transporte cobró velocidad.
El escolar avanzó por el pasillo central buscando cualquier asiento para acomodarse, descubriendo con satisfacción que casi todo el vagón estaba a su disposición, pues sólo viajaban dos personas aparte de él: una mujer negra, rechoncha, de vestido corto con estampados de flores, sobre el cual exhibía un delantal blanco y nítido. Tenía toda la traza de las vendedoras andariegas de la zona. Llevaba cubierta la cabeza con un manto multicolor al estilo pirata. A su lado reposaba un gran cesto de fibra vegetal cubierto con un mantel cuadriculado, del cual emanaba un apetitoso aroma a pescado frito.
El otro pasajero era un hombre ya entrado en años, de rostro curtido, cabello y bigote entrecanos, sobre la cabeza un sombrero Stetson color café, que hacía juego con su indumentaria. Rodeaba su cintura un grueso cinturón lleno de cartuchos y un revólver de empuñadura enchapada, adornada con el diseño en relieve de una cabeza de toro de amplia cornamenta. “Debe ser el comisario de alguna finca” se dijo el jovenzuelo, ocupando un asiento alejado de sus casuales acompañantes.
A medida que el tren avanzaba el chico dejó vagar su mirada por la ventanilla, contemplando arrobado el fenómeno de montículos, arboles, cercas y casas que parecían deslizarse en sentido contrario a gran velocidad. Cerró los ojos por un momento, semi-hipnotizado por el ruido producido por las ruedas de acero sobre la vía férrea:tiric-tic-tac-tic-tic-tac, tiric- tic- tac, tic- tic -tac. El viaje hasta la estación en que debía bajar duraría dos horas, de modo que, sin darse cuenta, se fue quedando dormido.
De improviso lo despertó la voz ronca y urgida de un hombre:
-Señor gobernador ¿Se siente bien? …la gente está impaciente, están esperando su discurso.
Abrió los ojos asombrado.
- ¿Qué pasa?…Eeeh…sí….vamos, vamos- repuso con tono entrecortado.
Esforzándose por disimular el estado de conmoción que lo embargaba, caminó hacia la salida entre las dos filas de destartalados asientos. Una abigarrada multitud lo recibió con aplausos y hurras. Ya en el estrado, hizo una honda aspiración, como tratando de asimilar aquella realidad para él tan desconcertante.
-En este lugar- comenzó a decir- levantaremos el museo ferroviario de nuestra ciudad. No dejaremos que el tiempo consuma estos vehículos que hoy parecen chatarra, pero que en otras épocas circularon profusamente por esta zona y en los que recuerdo haber viajado desde que era un escolar
Libro: RELATOS DE MI BLOG, Segunda parte. J. Winston Pacheco
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